viernes, 25 de junio de 2010

Confesión-Capítulo II

Voy a seguir desde donde lo dejamos...

A pesar de ese incidente mi vida siguió de un modo normal. Acusaron a mi hermano de aquella muerte, pues fue él quien le encontró en su habitación, aunque fui yo quién le llevó allí. Pensaron que mi hermano estaba desarrollando algún tipo de trastorno y decicieron hacerle más visitas. Yo, obviamente jamás reconocí lo ocurrido. Mi hermano no me lo hubiera perdonado jamás, aunque tengo la constancia de que él sabía la verdad. Pasó varios días encerrado en su habitación lloriqueando la muerte del animal y negando su culpabilidad.
Mis padres le creían, pero ¿cómo iban a imaginar que había sido yo? Mi actitud iba mucho más allá de la del hijo ideal, creo que incluso les daba miedo.

Cuando empecé el instituto mi hermano había adoptado una actitud algo distinta, se seguía mostrando más activo que sus compañeros, pero aún así estaba claro que su problema había mejorado considerablemente.
A mis doce años yo ya era mucho más alto y ancho de hombros que mis compañeros. Solían creer que había repetido algún curso, he de decir que no era un chico que tuviera muchos amigos. Me interesaba el estudio y tenía claro que quería seguir aprendiendo. No negaré, sin embargo, que me metí en ciertos líos, sin demasiada gravedad; lo típico, faltas de clase, alguna que otra expulsión... pero vamos, cosas banales... Cosas típicas de la edad, que yo no acharía como ahora hacen muchos a que sea un asesino.

Aún así cuando yo tenía dieciséis años, algo diferente ocurrió, algo que cambiaría por completo mi vida. Mis recuerdos de ese día son bastante nítidos, lo cual no es del todo agradable. Alguien entró en casa y robó y destrozó todo lo que encontró a su paso, no sé ni por qué ni cómo, sólo sé que últimamente mi padre tenía algunos problemas. Yo desperté sobresaltado por ciertos ruidos que estaba escuchando. Oía gritos atroces, el salpicar de la sangre y a mi madre llorar. Cerré los ojos y esperé. Cuando me levanté de mi cama ya sabía lo que iba a encontrarme, mis pies descalzos se toparon con un suelo frío, demasiado frío para la estación en que nos encontrábamos. Cuando atravesé la puerta de mi habitación, lo primero que vi fue a mi hermano de pie, en medio del pasillo, sobre un pequeño charco de sangre, que cada vez se extendía más y más, manchando la moqueta. Cuando se dio media vuelta quedé estupefacto, no tenía ojos. Era una visión horripilante, pero aún así no me inmute. No parecía estar muy consciente, seguramente le quedaban minutos de vida, de su vientre brotaba mucha sangre.
El pobre infeliz solamente tenía catorce años y era muy pequeño para su edad. Cuando pasé a su lado se aferró a mi brazo y yo, en mi estado, nada más pude que zafarme de él. Lo mejor hubiera sido cortarle la garganta, para aliviar su dolor, mas no hice nada de eso. Yo quería ver con mis propios ojos cuál masacre había terminado con mis padres.
No es que en ese momento me gustara todo ese espectáculo y no se debe pensar en ningún momento que yo deseara ese fin para mi familia.
Cuando llegué al dormitorio principal vi las sábanas blancas empapadas de sangre, mi madre reposaba tumbada sobre la cama, naturalmente sin globos oculares. Pero en ella había algo más, su vientre estaba rajado desde el pecho hasta el pubis y de él brotaban sangre y vísceras, perfectamente visibles dado el corte limpio que la había matado. Lo único intacto era su pecho, firme pero teñido de rojo.
En cuanto a mi padre estaba arrodillado a los pies de la cama, sin ojos, como adorando el cadáver de su esposa, le habían roto los dedos de las manos y éstas parecían completamente amorfas y, al igual que en el caso de mi madre le habían abierto limpiamente un corte en el vientre.
No recuerdo muy bien qué pasó tras eso, quizá vomité sobre la alfombra del pasillo, mientras caminaba sin fuerzas por él, dispuesto a bajar a la cocina. Yo sabía que quien hubiera hecho eso seguía por allí, algo dentro me lo decía... Quizá si lo encontrara me matara como a ellos.
Pero por algo estaba yo vivo, no iba a permitir que me hicieran lo mismo. Así que bajé las escaleras lentamente y caminé hasta la cocina, donde me hice con un par de cuchillos.
Sabía que el asesino seguía en la casa y lo cierto es que no tardé mucho en toparme con él, supongo que también me estaba buscando. Iba armado con un machete largo, pero fui más rápido que él y, antes de que el hombre tuviera tiempo de defenderse, me dispuse a clavarle una de mis armas a la altura del estómago. Sé, que por su parte, me hizo un corte en el brazo antes de que su arma cayera al suelo con un ruido sordo. Le había sorprendido, seguramente no esperaba que fuera a atacarle, me imaginaría más asustado, más impactado...
Cualquiera lo hubiera estado si hubiera visto lo mismo que yo.
Sentí como su carne cedía y crujía al paso del filo de mi cuchillo y noté una oleada de placer, odio y miedo. Sonreí extasiado, lo recuerdo perfectamente. Mientras la sangre salía a borbotones de su cuerpo y manchaba el mío, medio desnudo, así como mi rostro.
Le clavé el arma repetidas veces, víctima de esa adrenalina, cada vez con más intensidad hasta llegar a un clímax en el que clavé el cuchillo lo más hondo que pude y le desgarré todo el vientre. Le tomé el pulso y observé con placer como éste se detenía. Pronto aprendería a vivir ese momento con más intesidad. Me relamí mientras miraba a mi alrededor. Estaba rodeado de sangre y vísceras, mirase donde mirase era espectacular la cantidad de color rojo.
Y le deposité en el sofá, cuidadosamente, me senté allí, a su lado, junto al mar de sangre. La herida de mi brazo era poco profunda y apenas me dolía. El resto de mi cuerpo también estaba cubierto por ese líquido carmesí, sin embargo no todo eso era mío.
Observé a aquél asesino unos instantes. Tenía la boca entreabierta y de ella resbalaba un hilillo rojo, que se perdía mezclado con saliva sobre su camisa. Tenía los cabellos castaños y el rostro redondo. Sus ojos no parecían los de un criminal, eran de un intenso color azul celeste, completamente esféricos. Su nariz era chata, visto desde mi perspectiva su rostro recordaba al de un joven cerdo, era también sonrosado incluso. Su parecido era excepcional.
Durante unos instantes me reí a carcajada limpia con esa única idea en la mente.
No dejé de mirarle en lo que siguió de noche, quería seguir contemplando cómo había quedado. Pocas horas antes del amanecer le arranqué los ojos, de un modo mucho menos exacto a cómo él se lo había hecho a mi familia. De hecho su rostro quedó completamente irreconocible. Tiré los globos oculares al otro extremo de la habitación, enfrente de la puerta y salí al umbral de mi casa.

Decidí largarme, pero no todo salió bien, al parecer una vecina había llamado a la policía y yo me la encontré nada más salir de mi casa, un agente de policía se acercó a mí, alarmado al ver mi aspecto. Quisieron hacerme un montón de preguntas, a pesar de las objeciones del agente que me había sacado de allí.
No hable mucho de lo sucedido, y para ser franco, no era por el dolor, sino simplemente porque no tenía nada que aportarles a esos hombres. El asesino estaba muerto, ¿qué más querían investigar?

4 comentarios:

  1. Bueno, bueno... Aquí os dejo un poco más de la confesión ^-^
    Disfruten de la lectura, un servidor espera que les guste :p
    Un saludo a todos, gracias por leerme y ayudarme a mejorar.

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  2. Muy bueno, increible!!!
    Pobrecillo que manera de morir mas cruel uff :S

    Espero el siguiente!!!
    Saludos!^^

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  3. Me he puesto a leerlo ahora. Me he quedado impactada, cuanta sangre y visceras. Me gusta. Aunque los ojos me siguen dando un asquito...
    yo tambien espero el siguiente.

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  4. Los ojos no son una parte muy agradable dentro de este ámbito, lo sé.
    Pero no os preocupéis, no son el fetiche de Lawrence, este es un caso excepcional ^^
    Venga gracias por leerme. Mañana cuelgo más.
    Un saludo.

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