sábado, 19 de junio de 2010

Confesión

Capítulo I
Las puertas se abren lentamente dando paso a un hombre armado con varios tipos de armas, de aspecto fuerte al que sigue un hombre alto y delgado de pelo canoso y brillantes ojos verdes. Va con una cruz muy grande en el pecho y una Bíblia bajo el brazo. Su atuendo es clásico para su profesión. Se mantiene sereno mientras oye sus propios pasos sobre el suelo de baldosa oscura, al tiempo que evita mirar a los presos que hay al otro lado de los barrotes.
Muy bien sabe que en esos momentos ninguno quiere hablar, solamente ir ya a parar hacia el lugar donde van a ser sacrificados, como ganado.
Dios perdona, dice la Biblia, pero cómo si hay Dios permite que haya gente así, se pregunta una y otra vez el padre Robin sin dejar de caminar.
Finalmente el guarda se detiene ante unos barrotes, en cuyo interior parece haber otra celda, de hierro más reforzado.
-¿Es él? -Pregunta el sacerdote en voz baja.
-Sí, señor. -Contesta el guarda de manera diligente.
El padre Robin le observa durante unos instantes que se le hacen eternos. No es como le imaginaba después de todo lo que ha oído hablar de él. Sus cabellos son de un rubio inmaculado y su piel es tan pálida que incluso parece transparente. Está sentado en la cama, apoyando sus codos sobre sus rodillas, de manera que su rostro queda cubierto por sus manos y sus cabellos. Parece completamente relajado y no hay indicio alguno de nerviosismo, miedo, ira o cualquiera de esos sentimientos a los que el párroco está acostumbrado en ese lugar.
Espera a que el guarda abra la puerta de la pequeña antesala, casi con impaciencia, aunque no sin cierto temor. Cuando por fin las puertas se abren ante él, el padre Robin entra con calma y nada más hacerlo se santigua varias veces. Vuelve a fijar su mirada en el hombre, al tiempo que el guarda cierra la puerta de la antesala y se hace a un lado para esperar, atento por si tuviera que actuar.
El sacerdote se asusta cuando el hombre alza la mirada y le observa. Sus ojos son de un azul muy pálido, tanto que incluso parecen blancos. Su mandíbula es firme y cuadrada y sus labios finos, enmarcando una pequeña y fruncida boca. Su nariz perfectamente recta y lisa y sus pómulos altos, muy marcados y bien dibujados.
Se serena rápido e intenta aproximarse a la zona en la que el hombre se encuentra, pero éste alza una mano tras volver a bajar la mirada.
-No necesito sus oraciones ni confesiones. Ni el perdón de Dios, ni esa clase de chorradas que ustedes, los de su calaña, pretenden vender a la gente. Yo no creo. ni en Dios, ni en Alá, ni en Buda, ni en ningún ser superior. -Dice el preso con un marcado pero leve acento francés.
-Eso al final de nuestras vidas cobra más sentido... Deberías pensar en ello ahora que pronto vas a ser juzgado. -Dice el padre Robin cuidadosamente.
-¿Sabe usted a quién le importa eso al final de su vida? Solamente a los cobartes que se aferran a un perdón que no existe, a una salvación. Como lo llamen ustedes, que son los que viven de ello.
-¿No crees que tal vez...?
-Lo más relevante en este momento de mi vida, es paradójicamente la muerte. Fíjese usted el tiempo que llevo conviviendo con ella, como si fuera mi más fiel amante y quizá, como hubiera hecho ella de haber existido, va a destruirme.
-Y... ¿Cómo te sientes al respecto?
-Perfectamente... ¿No se dejan ustedes pisotear por ese Dios al que tanto aman? -Dice sonriendo. El clérigo permanece serio, sigue mirando al recluso con sus ojos verdes.
-He venido a pedirte confesión.
-¿Confesión?
-Sí, vengo a escuchar tus pecados y a...
-¿Absolverme de mis pecados?
-Exactamente, pero si usted no es creyente, quizá lo mejor es que me vaya.
-¡No! No hombre, no. ¿Ha venido hasta aquí solo para eso?
-¿Quiere confesar? ¿Por qué?
-¿Por qué no? A ustedes, los curas, les gusta escuchar estas cosas, ¿no? Además yo no tengo nada mejor que hacer.
El párroco retrocede un poco y se sienta en un taburete desgastado.
-Así que quieres confesar. -Dice lentamente.
-Le advierto que tras oír mi historia quizá no pueda volver a conciliar el sueño, y ni tan siquiera la oración le aleje de los pensamientos que pronto no le dejarán vivir en paz. ¿Está dispuesto?
Tras santiguarse un par de veces más, el hombre traga saliva y asiente mientras toma un rosario entre sus dedos.
El presidiario sonríe divertido al ver los gestos del padre Robin y se dispone a confesar.

3 comentarios:

  1. Hola, soy el autor xD y el creador del blog.
    Los capítulos que iré colgando son de una saga que actualmente tengo empezada, llamada "Gotas de Sangre", dentro de la cual se encuentra este (Confesión por Lawrence Lambert)
    Hace poco registré mi obra y espero con el tiempo llegar a publicar.
    Yo empecé a escribir aún siendo muy joven, naturalmente no con este tipo de novela, puesto que esta es la más reciente que he escrito.
    Tengo varias sagas que he ido escribiendo con el paso de los años, pero soy un corrector incansable y corrijo hasta la saciedad.

    A quien le interese mi edad, actualmente tengo 19 años, aunque este libro en concreto fue empezado a mis 17 años.

    Muchas gracias por su atención. Realmente agradecería que comentaran algo. Las críticas siempre son bien recibidas en este pequeño mundo.

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  2. Buah me he quedado impresionada, tengo que reconocer que primero lei el comentario esperando que fuera de alguien y asi tener una idea de que iba, pero que escribas asi de bien con tan solo 19 años me ha dejado pasmada, aqui tendras una fiel seguidora, y ahora mismo te hare publidad para que todo el mundo lea tu historia.
    Impaciente por saber la historia de ese frances!
    Que Dios nos pille confesados jajaja
    Un saludo.
    Cristina Pozuelo... Kristen para los amigos ;)

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  3. increible, me pondre al dia poco a poco ^^
    encantado de leer algo asi =)
    con ganas de leerme su historia jajaja

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